Premios que anticipan a grandes escritores

Marlon James, ganador del Booker 2015
Marlon James, ganador del Booker 2015

[Publicado originalmente en La Nación el DOMINGO 18 DE OCTUBRE DE 2015]

A pesar de las críticas que reciben muchos galardones literarios, algunos poco conocidos son clave para encontrar talentos y hacerlos circular

Por Andrés Hax

Los lectores empedernidos tienen una relación de amor-odio con los premios literarios, comenzando por el Nobel. Por un lado, siempre quieren que sus escritores favoritos ganen. Pero cuando pierden, esperar un año más para ver si de una vez por todas habrá festejo parece un despropósito. Si se miraba Twitter en los días previos al 8 de octubre -la fecha en que se anunció que la relativamente desconocida Svetlana Alexievich se llevó el Nobel de Literatura- se podía leer a gente que “hinchaba” apasionadamente por Haruki Murakami, Philip Roth, Margaret Atwood y otros nombres que llevan años en la lista de espera. Una vez defraudados -como para muchos fue el caso de este año-, empezaron los argumentos despectivos. ¡El Nobel es político! ¡El Nobel no tiene valor! ¿Cómo lo va tener? ¡Si no lo ganaron León Tolstoi, James Joyce, Marcel Proust ni nuestro Jorge Luis Borges!

Y, sin embargo, a veces hasta el más cínico lector tiene que admitir que el premio le hizo tener en cuenta por primera vez a un extraordinario autor. Entre nosotros, aún es temprano saber si éste será el caso de Svetlana Alexievich, ya que de toda su obra sólo se consigue por ahora Voces de Chernóbil en castellano (y sólo como e-book). Lo que sí sabemos, aun sin haberla leído, es que el comité del Nobel hizo algo totalmente inédito al elegir el género periodístico.

Otro gran premio, que se anunció el martes pasado, es el Man Booker. Por primera vez, lo obtuvo un jamaiquino, Marlon James, con su libro Una breve historia de siete matanzas que cuenta, en clave de ficción, un intento de asesinato a Bob Marley en 1976. Como en el caso de Alexievich, el premio ha servido para destacar a un escritor que estaba fuera de la breve lista de novelistas contemporáneos que han sido traducidos a múltiples lenguas.

El caso de Marlon James es notable, dado que su frustración por las enormes dificultades de editar sus tres novelas lo llevó al borde de la autodestrucción como escritor. Su segunda novela, El diablo de John Crow (2010), fue rechazada por 78 editores antes de ser publicada. Y su actual novela, que le valió 50.000 libras esterlinas tras el voto unánime del juzgado del Booker, casi resultó destruida. De hecho, Jones borró el manuscrito de su computadora y de las computadoras de varios amigos que la estaban leyendo. Arrepentido, logró encontrarlo en el buzón de salida de su servidor de correo electrónico, en una computadora suya que ya no usaba.

El arte como competencia

Hay varias críticas legítimas a los premios literarios, desde lo paranoico hasta lo estético. Desde el romanticismo, por lo menos, hay una idea persistente de que el arte no debería ser tratado como un deporte competitivo. Los premios desvirtúan un ideal puro de la literatura según el cual, el solo hecho de crearla tendría que ser suficiente fin para un autor o autora. También es cierto que los premios -como el Pulitzer, el Cervantes, el Herralde o el Rómulo Gallegos-, intencionalmente o no, promueven una estética particular, tal vez demasiado conservadora. Enormes géneros literarios, por ejemplo, la ciencia ficción y la novela negra, nunca son considerados para estos galardones, salvo que entren como en un caballo de Troya desde la pluma de un autor más convencional. Ése fue el caso de Cormac McCarthy, que ganó el Pulitzer en 1997 por su novela posapocalíptica La carretera. Otra crítica persistente es que los premios están “arreglados” con fines comerciales o políticos; o que, directamente, son una farsa de una élite cultural.

Contra todos estos argumentos está el razonamiento más pragmático que dice que, al fin y al cabo, una de las formas principales por las cuales descubrimos escritores contemporáneos de otros países es a través de los premios. No sólo por la notoriedad que da el galardón en sí mismo sino, a más largo plazo, por cómo -tras ese éxito- una obra se traduce y se comercializa de forma internacional. Y también -como seguramente podrá llegar a ser el caso de Marlon James- porque un premio incentiva a un escritor o una escritora a seguir con una obra que estaba estancada o en la cual había perdido la fe.

Tal vez los premios de los cuales hemos hablado hasta ahora sean demasiados exclusivos para justificar esta última defensa. Pero hay otros dos, que también se otorgaron estas últimas semanas y que, a través de sus sitios web oficiales, son una excelente fuente para conocer a interesantes nuevos autores.

Uno de ellos es el MacArthur (www.macfound.org) y el otro, el Windham Campbell (www.windhamcampbell.org). El más notorio de los dos es el MacArthur, también conocido como el “genius award“. El Windham Campbell se lanzó en 2013, pero cuenta con un generoso fondo y es administrado por la Universidad de Yale, con lo cual podemos pronosticar, sin mucho riesgo, que está para quedarse.

El MacArthur se entrega desde 1981 cada año a entre 20 y 40 intelectuales, académicos, artistas, científicos y escritores. Aunque es una beca, nadie puede postularse a ella. El premio consiste hoy en medio millón de dólares que se dan sin compromiso al ganador: no tiene que entregar nada, ni informar de sus planes de trabajo o progreso. La idea es dar aire a individuos que están realizando trabajos importantes, pero algo marginales. Para tener una idea, entre los 24 ganadores de este año hay una titiritera, una videoartista, una bailarina de tap, un académico especialista en la antigua Grecia, un militante de la comunidad hispánica en los Estados Unidos y una economista que estudia la innovación en la medicina.

En el pasado lo han ganado escritores como Lydia Davis, Junot Diaz, David Foster Wallace, William Gaddis, Jonathan Lethem, Susan Sontag y Thomas Pynchon. Los escritores que lo obtuvieron este año son el periodista Ta-Nehisi Coates, el novelista Ben Lerner y la poeta Ellen Bryant Voigt. De éstos, vale la pena destacar a Coates, un autor desconocido en el mundo hispanohablante.

Coates, de 40 años de edad, nació y se crió en el sector más duro de la ciudad de Baltimore (piensen en la serie The Wire) y ahora es periodista en la revista The Atlantic. Su último libro, Between the World and Me (Entre el mundo y yo) se publicó en julio de este año. Con menos de 200 páginas, está escrito como una carta a su hijo de 15 años para explicarle qué significa ser un hombre negro en los Estados Unidos. Es un mensaje durísimo que sugiere que por más que el país haya elegido un presidente afroamericano, la violencia extrema del racismo esencialmente no ha cambiado. El libro estuvo en el primer puesto de los best sellers de The New York Times, y Toni Morrison (Premio Nobel, 1993) ha bautizado a Coates “el sucesor de James Baldwin”. Paralelamente -y en otro campo de escritura-, Coates fue contratado por Marvel para resucitar el superhéroeLa pantera negra.

Las reglas del mercado

Desde nuestro lugar en el mundo, tal vez el Windham Campbell sea un premio más interesante que el MacArthur, ya que es internacional. No es audaz pensar que pronto podría ganarlo un argentino. Es un premio dedicado exclusivamente a la literatura en todos sus géneros: ficción, poesía, dramaturgia y no ficción. Dos de los ganadores de este año estuvieron el mes pasado en Buenos Aires como invitados del Filba: los novelistas y cuentistas sudafricanos Ivan Vladislavi? y Zoë Wicomb. En Argentina se acaba de editar una antología compartida de ambos con el título Miradas.

El Windham Campbell comparte la filosofía del MacArthur, en el sentido de que identifica escritores y escritoras que de alguna manera están trabajando desde los márgenes y también que el premio llega a muchos individuos. El Campbell, de $150.000 dólares, no conlleva una obligación por parte del ganador. Cada año son nueve los elegidos.

Si se hace la prueba de entrar en el sitio web que lista los ganadores de todos los años, lo más probable es que no se haya oído hablar de la mayoría, pero si se leen algunas de las obras, probablemente la reacción sea: “¿Cómo es que nunca escuché hablar de esta persona?”

La literatura podrá circular libremente por el mundo, pero está sujeta a las reglas del mercado. Por eso, los latinoamericanos en general deben pasar primero por Madrid o Manhattan para llegar a los países de su propia región. Las editoriales independientes y universitarias arman puentes entre nuestras culturas literarias, pero eso no siempre resulta suficiente. Tal vez, al fin, en vez de menos premios tendría que haber más: bien organizados, confiables, generosos y armados de modo de fomentar la producción y difusión más que empeñados en elegir “el mejor de todos.”

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